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El Brazo Guardián

El Brazo Guardián

Crónica Aeronáutica

Artículo destacado en la Edición 293 de la Revista Aeronáutica, publicación oficial de la Fuerza Aérea Colombiana.

“Mías las voces, adelante diez a la derecha dos, adelante cinco, a la derecha uno, adelante tres,mantenga rumbo adelante dos, mantenga posición, tome referencias chequee potencia sobre el punto”. El piloto escucha las indicaciones del TER y dirige su helicóptero con la seguridad de llegar al punto. Así transcurre una de las operaciones más difíciles para la tripulación: la recuperación de personal por medio de la grúa de rescate.

Eran las 02:00 de la madrugada, en el Batallón de Artillería No. 9 Tenerife del Ejército Nacional, en Neiva, suena el celular –era poco usual que timbrara a esa hora a no ser que alguien requiriera de un rescate- la voz del Subteniente Antoni Durán Margarita copiloto de la tripulación del helicóptero Bell 212 FAC 402, daba la alerta de reacción.

La adrenalina comienza a inundar los sentidos y las manecillas del reloj pareciese que se movieran más rápido de lo normal; es poco el tiempo para alistarnos, salir corriendo con nuestras maletas en la espalda y las linternas encendidas hacia nuestra aeronave. Los técnicos instalamos el armamento, quitamos las amarras del rotor principal y de cola, fundas del tubo pitot y los motores, mientras tanto el TER, Técnico Operador de Equipos de Rescate, ejecuta pruebas finales de la grúa de rescate, el piloto y copiloto llegan con la información precisa de la misión: rescate de un soldado herido en combate.

Realizando el briefing de la operación, a lo lejos se escucha una aeronave acercándose, era el helicóptero Bell 212 FAC 4008 Rapaz, que llegaba a reabastecerse de combustible y munición. Mientras el piloto Capitán Ómar Rusinque efectúa coordinaciones de comunicación, entradas y salidas, ubicación del enemigo y tiempo, los Técnicos ayudábamos a la otra tripulación a amunicionar la aeronave, iniciando la operación a las 02:30.

A 40 millas, cerca al municipio de Ataco, Tolima, donde horas atrás había iniciado un combate con el Frente 21 de las Farc, un soldado herido requería ayuda inmediata, las tropas pedían apoyo. Media hora de vuelo y llegamos al punto, nuestro helicóptero de ataque tiene comunicación con las tropas, iniciamos chequeo VOMA, Viento, Obstáculos, Mejor entrada Mejor salida, Altura. Con el punto a la vista el piloto da la voz de mando para abrir puertas –puertas, puertas, puertas–, simultáneamente dice –TER suyas las voces–, una orden que significaba demostrar conocimiento, habilidades y liderazgo, porque a partir de ese momento debía transmitir a la tripulación seguridad y confianza.

De repente, al mirar hacia bajo me doy cuenta que en la espesa selva hay tres luces tipo Strober, NVG, luces nocturnas que permiten al piloto orientarse, de forma triangular para la ubicación de la aeronave. El personal en tierra da las indicaciones necesarias por medio de un radio en frecuencia FM, logrando que el helicóptero y la tripulación lleguen a tierra de forma segura.

Piloto: “Grúa, Grúa, Grúa”

Con el Suboficial pararrescatista, asegurado a nuestra grúa, iniciamos la salida, en la puerta del helicóptero, le doy una palmada en el casco para desearle éxito y con un gesto le transmito el mensaje ¡salva una vida más! Comenzamos el descenso, voy informando todo lo que sucede, pero también está alerta al piloto para ejecutar pequeñas correcciones, son 50 pies de cable extendido y veo la señal del RP, Suboficial Rescatista, indicando que está cerca al terreno.

Cincuenta y cinco pies y no ha tocado el campo de batalla, 57 pies y siento que el helicóptero respira y descansa; nuestro rescatista ha puesto sus botas en el área donde no existía esperanza. En ese instante inicia una carrera contra la muerte. No lo pierdo de vista, mueve sus brazos como si estuviera meciendo un bebé lo que me indica la necesidad de una camilla; subo el gancho y la tripulación está alerta, el piloto escucha mi voz firme y procede a realizar un estacionario con la aeronave, maniobra que no permite errores por las condiciones seguridad y acceso de la zona donde nos encontramos; aseguro y desciendo la camilla, le doy la distancia de cable extendido, el control de la grúa muestra 90 pies.

Hemos ascendido, el piloto ubica la aeronave con las correcciones que le informo, estamos a 60 pies y se empieza a sentir la presión de la maniobra, el RP asegura el paciente, me da luz verde para iniciar el rescate, con mi voz de alerta hacia el piloto –chequee potencia, tome referencias– empezamos el ascenso. Escucho la voz del comandante de la aeronave retroalimentando la información emitida por mí, tengo al herido en el tren de aterrizaje de la aeronave, maniobramos la camilla con el tripulante derecho y logramos ponerla dentro del helicóptero con la satisfacción de ver al Soldado estable. Descargamos suave nuestro rescatado en el piso, siguiendo instrucciones del Técnico Segundo Giovanni Pinzón, Técnico de Vuelo, brindando toda la información al líder de la aeronave porque la tarea no ha terminado.

Ahora debe subir nuestro RP, un verdadero caballero del aire. Cable extendido a 65 pies, el pararrescatista se asegura y da la señal de ascenso, se desprende de la tierra para abordar nuestra máquina, con la convicción de volver al área para seguir salvando vidas en caso de que sea requerido. Nuestro Comando aborda la aeronave, aviso al piloto –RP a bordo–, mientras cerramos puertas el piloto inicia la salida, 70 pies en estacionario sobre el obstáculo más alto y el área libre, ascenso por velocidad para evitar el enemigo; un helicóptero Rapaz escolta nuestra aeronave, donde se encuentra el paciente.

El soldado herido va con los mejores cuidados, sin muchas herramientas médicas pero con todo el profesionalismo del rescatista quien hace lo posible por mantenerlo despierto, consiente y alerta; son minutos de tensión, cumpliendo las diferentes tareas que el enfermero ordenaba, regresamos al punto de origen a las 3:20 de la mañana.

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Autor
Revista Aeronáutica - Técnico Subjefe Nelson González Hincapié
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